La filosofía popular tiende a asumir que los jóvenes creen que el mundo les debe las oportunidades. Pero no es así y sorprendería a muchos saber que esto, la juventud, hoy lo tiene bien asumido. En realidad, existe un entendimiento generalizado de que las oportunidades tienen que trabajarse, tragando sapos y desmontando estigmas.
Basados en esas primeras reflexiones, el lector podría situarme en una posición que no ocupo. No soy un ejecutivo asentado o un especialista de amplia trayectoria, más al contrario, soy, al día de hoy, el elemento menos veterano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Bolivia.
En ese sentido y con motivo del Día Mundial de la Juventud, se hace más necesario que nunca dar espacio a la reflexión horizontal. Aquella que proviene y se dirige a los miembros de un mismo colectivo; en esta ocasión, el de las y los joven profesionales.
Esta posición nunca ha sido sencilla y, ahora que me toca protagonizarla, lo puedo afirmar con conocimiento de causa. No es orgánico el tránsito entre el universo estudiantil y el laboral, las exigencias son mayores y la forma de cultivar las relaciones humanas también es otra.
En este proceso de transición podemos hacernos pasibles a prejuicios del tipo “las y los jóvenes, fruto de un idealismo desmedido, viven más afincados en las nubes del internet, donde la realidad ha sido despojada de su condición material y donde todo es inmediato”.
Sin embargo, la vida verdadera nunca es particularmente expedita o libre de complicaciones. Y asumiendo que la última línea del párrafo anterior puede ser medianamente representativa, es que de ella también se pueden extraer una serie de características específicas que propulsan la importancia de la juventud, en los contextos institucionales, hacia espacios todavía insospechados.
El mundo no es el mismo que hasta hace un segundo. El progreso tecnológico, económico y social sin precedentes propio de las últimas décadas, viene siendo alimentado, en gran medida, desde la inquietud que caracteriza a los actores jóvenes.
Ejemplo de esta inquietud es el rol de las y los jóvenes en las grandes gestas modernas, que abarcan desde las recientes manifestaciones contra el racismo en EEUU o las demostraciones frente a la promulgación de leyes contrarias a la expansión de derechos en Hong Kong. Asimismo, las herramientas prácticas que hoy usamos para sostener la actividad laboral formal a lo largo del mundo, léase Facebook, Google o Zoom, son producto del vivir afincado en las nubes del internet, donde la realidad ha sido despojada de su condición material.
Ahora bien, vale pensar que estos ejemplos son tan e igualmente extrapolables a contextos menos poéticos pero igual de importantes. La o el joven profesional que interrumpe la reflexión final para dar a conocer su opinión o el estudiante universitario que anda convencido de poder resolver una ineficiencia en el mercado de manera innovadora, responden a una combinación de ambición, coraje e idealismo tan propia de la juventud que debe ser alentada y encauzada, antes que los estereotipos o el descredito empiecen a ganar terreno.
En lo personal, nunca he sido partidario de usar mi condición de joven como una bandera porque, además, esta es una condición pasajera en lo físico pero que debería tratar de preservar en lo espiritual. Sin embargo, siento que hoy se puede prestar para reflexionar sobre los desafíos de una característica tan democrática como temporal. La juventud es ciertamente universal pero efímera y la inexperiencia, sin quererlo, pronto se convierte en veteranía, lo que no significa que el proceso de ganar experiencia no tenga sus propios frutos, inyectando vitalidad a los procesos de transformación social, bajo nuevos términos.
En ese sentido, animo a quienes hoy somos, coyunturalmente, jóvenes a seguir caminando, intentando, equivocando el camino y enmendando esas equivocaciones. La letra entra con sangre y la suerte es amiga de la acción. No vale dejar de cuestionar en los espacios de los que hoy somos parte. Como jóvenes somos fundamentales para cortar las esquinas excesivas, analizar los problemas desde otra perspectiva y para traer enfoques nuevos a las mesas de discusión.
Lo mismo aplica para aquellos que han decidido optar por caminos menos ortodoxos y se han planteado montar lo suyo y llevar a termino la idea de negocio que tanto han ido maquinando. Es claro que, hoy, el contexto no parece ser el mas propicio para lanzarse a la piscina, pero la capacidad de resistir, la habilidad de encontrar aprendizaje en el error y, en definitiva, las ganas de remar a contracorriente tienen que ser tan aprovechadas como aplaudidas.
Al final de todo, ganarnos un espacio en una organización internacional, en alguna dependencia gubernamental o en el mundo empresarial, a pequeña o a gran escala, depende de reconocer los prejuicios que pueden estar en nuestra contra y de trabajar duramente para revertirlos, y, de esa forma, contagiar el compromiso con el cuál abrazamos causas tan grandes como el cambio climático, la igualdad de género y la propagación de los valores democráticos.
Por ello, al día de hoy, el PNUD en Bolivia cuenta hoy con alrededor de 100 colaboradoras y colaboradores, y brinda desde hace 45 años oportunidades a cientos de jóvenes talentos para encarar los desafíos propios del desarrollo. Desde este espacio, reafirmamos nuestro compromiso con la juventud como actor central en las transformaciones de envergadura y como pieza fundamental para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de cara a la Década de Acción en la que hemos entrado.
Por este tipo de acciones y reflexiones, y por las que vendrán, ¡felicitaciones a todas las y los jóvenes mundo!