Cotidianamente se escucha mucho sobre pobreza, pero se sabe ¿cómo se decide quién es pobre y quién no lo es?, ¿quiénes son?, ¿cómo se mide? Aunque la pobreza puede tener diferentes conceptualizaciones, es necesario llegar a un consenso en cuanto a su definición con el propósito de aplicar herramientas adecuadas de medición que sirvan en la lucha por su erradicación.
Comúnmente las cifras que se escuchan se refieren a la pobreza monetaria que deviene de la teoría del consumo, en la que el dinero pasa a ser un indicador sintético de bienestar por su poder de compra para satisfacer una canasta básica de bienes y servicios dando paso a lo que se entiende por pobreza medida por ingresos o por línea, el Banco Mundial ha definido una línea de pobreza internacional de 1.9 USD. (persona/día) para 2015 y es el umbral que define quiénes son pobres porque no logran satisfacer las necesidades mínimas alimentarias.
De la misma manera, los países construyen líneas de pobreza nacionales que reflejan quiénes son pobres extremos y quiénes son pobres moderados. En Bolivia, el valor del umbral que define quiénes son pobres extremos para el año 2019 (INE,2020) es de aproximadamente de 2.2 USD. (persona/día) en el área urbana y de 1.8 USD. en área rural, donde el valor de la línea es el reflejo de la compra únicamente de una canasta básica alimentaria; en tanto el umbral que define quiénes son pobres moderados o simplemente pobres es en promedio de 4.5 USD. en área urbana y de 3.2 USD. en área rural, gasto que representa además de una canasta básica de alimentos otros bienes como vivienda, vestimenta, transporte, educación y salud, entre otros.
Según los valores anteriores, para el 2019 el 37.2% de la población boliviana vivía en pobreza, es decir que menos de cuatro de cada diez personas tenían ingresos suficientes para cubrir sus necesidades alimentarias, pero no necesariamente para cubrir otros servicios como por ejemplo vestimenta o transporte.
En resumen, la pobreza monetaria se entiende como la falta de ingresos para satisfacer las necesidades básicas que al mismo tiempo trae aparejado el tema de la desigualdad, pues evidencia que existen personas sobre las cuales se acumula una serie de factores, injusticias o carencias que impiden su despegue o salida de la pobreza. Mucho más en un contexto de crisis económica ocasionado por la pandemia de la COVID-19 como el que se vive actualmente, que ha disminuido considerablemente la actividad económica (aumento de desempleo) y consecuentemente el ingreso de los hogares, lo cual provocará un deterioro importante en los niveles de pobreza y desigualdad.
Sin embargo, hoy existe un amplio consenso que enfatiza la necesidad de tomar en cuenta la naturaleza plural y compleja de la vida humana al momento de analizar el bienestar de las personas que va más allá de la perspectiva unidimensional tradicionalmente asociada a consideraciones monetarias y materiales.
Un ejemplo de este consenso a nivel internacional es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, cuyo primer objetivo es erradicar la pobreza en todas sus formas y dimensiones, realzando la necesidad de una multiplicidad de recursos monetarios y no monetarios para que las personas alcancen un nivel de vida sostenible y próspero .
Esto implica hablar de otras categorías filosóficas de la vida que tienen que ver sobre todo con el “estar, hacer y ser”; en la sociedad referida a la teoría de las capacidades del Premio Nobel de economía Amartya Sen (1999) quien afirma que la pobreza es una debilidad en las capacidades humanas para elegir la vida que se quiere vivir - “Falta de Libertad” -. La pobreza entonces expresa una debilidad en el desarrollo de las capacidades humanas elementales para funcionar y elegir en libertad, es decir, es la falta no solo de recursos per se, sino del acceso a oportunidades (como por ejemplo educación, salud, vivienda, trabajo) para desarrollar las capacidades y a partir de ello generar ingresos.
Por tanto, se entiende que la pobreza es un concepto amplio y multidimensional que subyace en la preocupación de cómo identificarla y calcularla, para ello en 2007 Alkire & Foster proponen el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) que es actualmente el método más utilizado para medir la pobreza en sus distintas dimensiones, este índice es construido el 2010 por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) junto la Iniciativa sobre la Pobreza y el Desarrollo Humano de Oxford (OPHI).
A nivel global, este índice incorpora indicadores en tres dimensiones: salud, educación y calidad de vida, donde una persona u hogar es considerado multidimensionalmente pobre cuando experimenta privaciones simultáneas en un tercio de los indicadores del total de dimensiones. El IPM Global es comparable internacionalmente y desde entonces varios países han desarrollado índices de pobreza multidimensional propios (nacionales) de acuerdo con sus prioridades, contexto y características socioeconómicas. Las virtudes de esta metodología son en primer lugar: la posibilidad de ser descompuesta, lo que permite saber con precisión que indicadores y dimensiones afectan más a la pobreza; la segunda de ellas es que además de contar el número de pobres, permite conocer cuán intensamente se sufre la pobreza; y la tercera es que debido a su amplio enfoque conceptual puede englobar diferentes aspectos e indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) incluidos en la Agenda 2030.
El dato del IPM Global (Global Multidimensional Poverty Index 2020 – Charting pathways out of multidimensional poverty: Achiving the SDGs) para Bolivia proyectado para el 2018 indica que la pobreza multidimensional es de 20.4%, lo que significa que alrededor de dos de cada diez personas sufren algo más de tres privaciones simultaneas con una intensidad de casi el 50% (entendida como la privación media de las personas multidimensionalmente pobres).
Sin embargo y con el propósito de focalizar la pobreza, queda pendiente la construcción de una medida propia de pobreza multidimensional, adecuada al contexto nacional, que ayude a fortalecer el sistema de protección social a partir de la creación de un registro de beneficiarios que sirva como herramienta de diseño y monitoreo de políticas públicas para reducir la pobreza. Mucho más ahora en el contexto de pandemia que se vive, donde las futuras transferencias serán más eficientes para reducir la pobreza si son focalizadas y priorizadas en la población más vulnerable.
En síntesis, ambas mediciones de la pobreza la monetaria y la multidimensional se complementan y ayudan a una mejor comprensión de la pobreza, en su afán mayor por reducirlas y brindar oportunidades mejores a la población para que logren vivir la vida que desean. Hace una semana, se recordaba el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza y como PNUD hacemos un llamado ha sumar esfuerzos para evitar en lo posible que se pierdan los logros alcanzados en reducción de pobreza, y con una visión más amplia afrontar mejor los desafíos que deja la crisis de la pandemia por coronavirus en el país.