Las ciudades son uno de los pilares de la vida moderna, marcando tendencias de estilo de vida, cultura y política. Un informe de Naciones Unidas resalta la importancia de la urbanización argumentando que “las ciudades son centros de ideas, comercio, cultura, ciencia, productividad, desarrollo social, humano y económico.
La planificación urbana, los sistemas de transporte, agua, saneamiento, gestión de residuos, reducción de riesgo de desastres, el acceso a la información, educación y la creación de capacidades son todos temas relevantes para el desarrollo urbano sostenible”. Actualmente, el 55% de la población mundial vive en ciudades; en América Latina y el Caribe (ALC), el 80% de su población es urbana.
El cine proyecta ciudades futuristas de autos voladores, rascacielos y hogares inteligentes, tecnologías médicas ultra-avanzadas, robótica e inteligencia artificial en la vida cotidiana, etc. Aunque tal escenario apela a nuestras esperanzas de un mejor mañana, en marzo de 2020 la mayoría de los países del mundo se enfrentaron a una dura e inesperada confrontación de la realidad que develó profundas disparidades de la vida urbana. En muchas partes del sur global, la crisis de la COVID-19 dibujó una imagen contrastante de la ciudad futurista.
COVID-19 y la realidad urbana
En 2021, en tanto la comunidad internacional mira hacia el fin de la pandemia, ciudades en todo el mundo han regresado lentamente a su ritmo de vida habitual. Sin embargo, antes de que las ciudades regresen ‘a la normalidad’ anterior, debemos prestar atención a algunas de las lecciones que debimos haber aprendido durante los confinamientos. Si hay algunos aspectos positivos de la calamidad de la COVID-19, uno fue la oportunidad de reflexionar críticamente sobre las desigualdades sociales en las ciudades. La pandemia exhibió la segregación socioespacial y la otra cara de las periferias urbanas. Para millones de pobres de zonas urbanas, los confinamientos significaron estar aprisionados por escasez, violencia y desesperación.
El momento es oportuno para retomar esta crítica conversación sobre ciudades y desarrollo urbano sostenible. Por ello, en lugar de enumerar las características de la ciudad futurista, este artículo reflexiona en procesos de urbanización anteriores y destaca algunos de los problemas más urgentes para las ciudades del presente.
Pecados del pasado
Migración rural-urbana no planificada. La modernización y los beneficios económicos de la aglomeración urbana atrajeron grandes movimientos migratorios a las ciudades. En el mundo en desarrollo, los habitantes rurales y de pueblos pequeños pobres se concentraron en las periferias de las ciudades, convirtiéndose efectivamente en pobres urbanos. En América Latina y el Caribe hay claros ejemplo de cómo los gobiernos han perdido la oportunidad de planificar e integrar esa migración a las ventajas y oportunidades de la urbanización.
Expansión urbana. A medida que aumentó la migración, emergieron asentamientos precarios e informales, barrios marginados desconectados de la urbanidad de clase media. Las ciudades del sur global se han caracterizado por el uso no planificado ni regulado de grandes áreas urbanas. Estas periferias ejemplifican la apropiación socioespacial inequitativa del territorio, resultando en ciudades fragmentadas por el estatus socioeconómico y los estigmas de clase.
Estratificación normalizada. A medida que las ciudades prosperaron, la estratificación y la segregación socioespacial se normalizaron. En la región, el discurso urbano etiquetó los vecindarios pobres con nombres como barrios marginados, villa miseria, favelas, diferenciándolos de los residenciales y distritos en el centro de la ciudad. El discurso influyó en las políticas urbanas, dado que las intervenciones destinadas a mejorar esas áreas mientras se mantenían las condiciones estructurales de exclusión social perpetuaron aún más la idea de diferencia de clases.
Problemas del presente
Derecho desigual a la ciudad. Los pecados de ayer constituyen ahora los grandes desafíos urbanos en el sur global. Las ciudades pueden ser agradables espacios de interacción social. Sin embargo, actualmente, hay una sensación de otredad, de ciudades dentro de ciudades, una privación progresiva de los beneficios y comodidades de la vida urbana para los socialmente excluidos. Esto se traduce en acceso desigual a servicios como saneamiento, educación, transporte y movilidad, así como la carencia de espacios de esparcimiento adecuados.
Apartheid urbanos. Dado que la desigualdad socioeconómica permea muchos aspectos de la vida en la ciudad, tanto las zonas privilegiadas como las desfavorecidas tienden a construir sus propios códigos culturales de identidad, distanciándose socialmente entre sí. La desconfianza entre los estratos sociales suele profundizar la erosión del capital social a expensas de la solidaridad y la cohesión. Se evidencia un aumento de comunidades suburbanas cerradas, que necesitan protegerse de los peligros percibidos que suponen las masas populares de las periferias.
Informalidad generalizada. La expansión urbana descontrolada ha provocado un déficit habitacional cualitativo y una tenencia irregular de la propiedad, lo que De Soto denomina "capital muerto". Sin embargo, la informalidad va más allá de la vivienda o el empleo; está arraigada culturalmente en las estrategias de supervivencia, en actitudes sobre planificación familiar y crianza de los hijos, salud, resolución de conflictos, participación política y cívica, etc. La informalidad se cimenta en una disposición de desconfianza hacia el poder y el gobierno.
Presión ambiental y salud. La urbanización genera un pasivo ambiental importante, pero son los pobres marginados quienes enfrentan la mayor carga. Los residentes en asentamientos informales padecen de falta de calidad del aire, aguas contaminadas, basura y disposición inadecuada de residuos, mayor riesgo climático. Enfermedades prevenibles se propagan debido al hacinamiento y regímenes de higiene deficientes. Además, el limitado espacio público (si lo hay), la falta de árboles y áreas verdes y la contaminación sonora contribuyen a una menor calidad de vida.
Sueños de futuro
Nos encontramos en una encrucijada. Si bien la humanidad está al borde de un salto cuántico en ciencia y tecnología que transformará el mundo tal como lo conocemos, también nos enfrentamos a una desigualdad sin precedentes. ¿Deberíamos soñar con esa ciudad futurista cuando las que habitamos en el presente están constreñidas por problemas del siglo XX?
¿Deberíamos soñar con vehículos autónomos para ciudades donde el deficiente transporte masivo sigue siendo un claro marcador social? ¿Deberíamos pensar en hogares inteligentes cuando proporciones considerables de la población urbana no tienen un techo adecuado? La ciudad futurista, ¿mejorará o limitará la cohesión social?
Al llegar al final del reto "Espacios Futuros", para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en RD, estas son las interrogantes que impulsan nuestra búsqueda de la ciudad inclusiva. Si las ciudades son lo que hacemos de ellas, soñemos con una ciudad humana donde las personas puedan tener los medios para una vida digna independientemente de su estatus social, un hogar para la aspiración común de una buena vida y avanzar juntos, sin dejar a nadie atrás.