Estocolmo +50 ¿Y ahora qué?
5 de Junio de 2022
Durante varios días, la capital de Suecia, Estocolmo, ha sido la sede mundial de discusiones sobre los principales retos socioambientales del planeta, sus soluciones, y recomendaciones y peticiones de la sociedad civil.
50 años después de la Conferencia de Estocolmo, este espacio se reeditó con la finalidad de dar un impulso a los cambios transformadores que necesitamos para cuidar nuestro hogar, la Tierra, y generar oportunidades de desarrollo y empleo en torno a diferentes alternativas sostenibles frente al modelo actual de producción y consumo.
Ecuador y otros países compartieron los aportes de sus consultas nacionales en las que se convocó a todos los sectores sociales, en especial a quienes son frecuentemente excluidos, poblaciones indígenas y afrodescendientes, de áreas rurales, mujeres, jóvenes, LGBTIQ+, con discapacidad, etc.
En Estocolmo +50 hemos recibido un llamado a cumplir la voluntad de lo que pide la ciudadanía, sobre todo enfocar esfuerzos en la acción y en un necesario y urgente incremento en la ambición.
Entre las principales recomendaciones destacadas en la Conferencia, se señala: situar el bienestar humano en el centro de un planeta sano y de prosperidad para todos; reconocer y hacer efectivo el derecho a un medio ambiente limpio, sano y sostenible; realizar cambios en todo el sistema con la adopción de nuevas medidas de progreso y bienestar humano, apoyadas en políticas económicas y fiscales, como la inversión en infraestructura, y promover la eliminación gradual de combustibles fósiles al mismo tiempo que proporcionar apoyo específico a los más pobres y vulnerables; mejorar la legislación ambiental nacional, los procesos de planificación y el presupuesto para acciones ambientales.
Estas reflexiones ya han sido propuestas en otros foros y espacios y, sin embargo, aún no se han dado lugar los cambios y ritmos necesarios para convertir las propuestas en realidad. Incluso la pandemia, la guerra en Ucrania, y en otras partes del mundo, la crisis energética en Europa y los conflictos comerciales entre potencias, entre otras problemáticas, pueden detenernos o peor aún, llevarnos a un enorme retroceso.
¿Qué podemos hacer en este contexto? ¿Cómo lograremos pasar de las palabras a la acción?
El secretario general de la ONU, António Guterres, en sus palabras en la Conferencia Estocolmo +50 nos habló de dar verdadero valor al ambiente e ir más allá del Producto Interno Bruto (PIB) como medida del progreso y el bienestar humanos. Y tomó como ejemplo que paradójicamente, cuando destruimos un bosque o sobrepescamos, estamos generando PIB, o cuando hay un derrame petrolero, también estamos creando PIB. ¿Qué consecuencias habrá a futuro para esos territorios y océanos, para su biodiversidad y la salud, el sustento económico y la alimentación de sus comunidades y en cadena para toda la humanidad?
Evidentemente, en estos ejemplos y bajo esta visión, no estamos poniendo un costo económico a los daños ambientales y sociales.
Por este motivo, el secretario general afirmó que el PIB no es una forma de medir la riqueza en la situación actual del mundo. Ya en 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) planteó que, para medir el bienestar humano, además del ingreso económico debemos tomar en cuenta cuestiones como la salud/esperanza de vida, y la educación. Así surgió el Índice de Desarrollo Humano, basado en las ideas del economista indio, Amartya Sen. Y en el último Informe sobre Desarrollo Humano (2020) se introdujo una nueva medida, el Índice de Desarrollo Humano ajustado por las presiones planetarias (IDHP), que toma en cuenta el impacto ambiental generado para producir la riqueza.
Así, en relación con lo anteriormente mencionado, el secretario general plantea, por un lado, transformar los sistemas contables que recompensan la contaminación y los desechos y cambiar a una economía circular y regenerativa; y por otro, fortalecer el multilateralismo, basado en la confianza y la cooperación global.
En este sentido, en el año además de Estocolmo +50 hay importantes citas mundiales para promover la acción multilateral, comenzando por la Conferencia del Océano de Naciones Unidas en Lisboa (27 de junio-1 de julio), con cuestiones de fondo muy relevantes, como abordar la contaminación plástica y promover inversiones y asociaciones para tomar medidas sobre los plásticos a lo largo de su ciclo de vida; y la eliminación de los subsidios pesqueros.
También están la Conferencia de las Partes (COP) de Diversidad Biológica, en Kunming, China (1 de octubre) que impulsará el Marco Mundial de la Diversidad Biológica Post 2020, un plan ambicioso a 2050, con acciones transformadoras para implementar soluciones y reducir las amenazas a la biodiversidad, y garantizar que esta se utilice de manera sostenible para satisfacer las necesidades de las personas; y la COP 27 de Cambio Climático en Sharm el-Sheik, Egipto, (7-18 noviembre), donde se esperan retomar los compromisos por la acción climática.
En todos estos encuentros resuena con más fuerza la voz ciudadana que pide a líderes y tomadores de decisión de todo el mundo, las medidas y acciones necesarias para que “las cosas ocurran”. Las redes sociales y una conectividad cada vez más extendida no solo están permitiendo que la información circule cada vez más rápido, sino también que se establezcan redes de solidaridad y cooperación entre comunidades de distintas partes del mundo, a modo de “diplomacia ciudadana”.
Desde la acción individual hasta la colectiva, todas y todos estamos llamados a participar, pues como hoy recordamos en el Día Mundial del Ambiente, “en el universo hay miles de millones de galaxias, en nuestra galaxia hay miles de millones de planetas, pero sólo hay una Tierra”. Y vivimos en ella.