El Día Mundial de la Malaria es una ocasión para hacer un balance de nuestro progreso y los desafíos restantes en la lucha contra una de las principales causas de mortalidad del mundo; lucha que en gran medida ha sido un éxito en las últimas décadas. Desde 2000, la tasa de mortalidad ha disminuido en un 60% gracias a la distribución masiva de mosquiteros tratados con insecticida, y al acceso a la educación, a las pruebas rigurosas y a los programas de tratamiento.
Sin embargo, el año pasado ha sido otra historia. La crisis de la COVID-19 ha pasado a primer plano, y entre las consecuencias menos reportadas de la pandemia son sus efectos en los esfuerzos para combatir enfermedades que ponen en peligro la vida, como la malaria. Un informe reciente del Fondo Mundial señala que en 2020 la COVID-19 interrumpió gravemente los sistemas de salud y la prestación de servicios para el VIH, la tuberculosis y la malaria en países de ingresos bajos y medios en África y Asia. A medida que la COVID-19 afecta a los servicios de salud, resulta fundamental adaptarse para garantizar que se siga asistiendo a los más vulnerables. Los países abordaron estos desafíos de diferentes maneras.
En Guinea Bissau, la malaria es una de las principales causas de muerte, en particular de mujeres embarazadas y los niños menores de cinco años. A principios de 2020, durante el inicio de la pandemia, el gobierno impuso medidas especiales, incluidos toques de queda y restricciones de viaje. Estas medidas tuvieron un efecto significativo en los programas de la malaria porque restringieron el movimiento de los trabajadores de la salud y los pacientes no pudieron acudir a los centros de salud. El programa de la malaria gestionado por el PNUD tuvo que adaptarse rápidamente.
A diferencia de los programas anteriores, que facilitan los mosquiteros en puntos de distribución, en esta ocasión se utilizó un método de distribución de puerta a puerta, acompañado con distanciamiento social, lavado de manos y uso de equipos de protección personal (EPP). Para ello fue necesario triplicar el número de trabajadores de salud comunitarios y voluntarios, que pasaron de 6.000 en un año normal a 18.000. A través de la campaña se distribuyeron más de 1,3 millones de mosquiteros tratados con insecticida, beneficiando a 2,3 millones de personas que equivale acasi toda la población del país.
La malaria también es una causa principal de muerte en Chad, en especial de niños menores de cinco años y mujeres embarazadas. Al igual que en Guinea Bissau, el programa adoptó un método de distribución de puerta a puerta seguro y socialmente distanciado Los equipos de la quimioprevención de la malaria estacional recibieron equipos de protección personal, y se introdujo una capa adicional de prevención para los niños. Aunque los equipos no tenían autorizado conocer directamente a los niñossus padres recibieron medicamento e instrucciones sobre cómo administrarlo.
La distribución de puerta a puerta demostró ser popular entre los gerentes del centro de salud, los líderes comunitarios y el público. Como una persona lo expresó, "esta forma de distribuir las mosquiteros significa que no se olvida ningún hogar porque todo ocurre a plena vista de todos". Es probable que la distribución de puerta a puerta continúe, incluso después de la pandemia.
En Vanuatu, la malaria siempre ha sido una de las principales causas subyacentes de las enfermedades. Cuando la pandemia golpeó a principios de 2020, se sumaron las secuelas del clicón tropical categoría 5, Harold, que causó un daño generalizado. Esta situación agravó el riesgo de enfermedades contagiosas transmitidas por vectores, lo que llevó al gobierno a coordinar rápidamente la distribución de los mosquiteros tratados con insecticida.
El personal que trabaja en programas de malaria se reasignó a las actividades prioritarias relacionadas con la COVID-19, incluidas las actividades de conciencia comunitaria y el trabajo para fortalecer la información sanitaria. Tras el cierre de fronteras se imposibilitó el apoyo internacional. Los planes posteriores al desastre incluyeron la educación sobre la malaria y la distribución de mosquiteros, así como la información sobre la COVID-19 y las medidas de seguridad asociadas y, para evitar aglomeraciones, se fijaron horarios para que los afectados recogieran sus mosquiteros.
En Djibouti, gracias a una subvención del Fondo Mundial, se controlaron las enfermedad transmitidas por vectores a través de distribución de mosquiteros tratados con insecticidas y fumigación de interiores. A raíz de la pandemia se redujo el tamaño de los equipos de fumigación, y los equipos, que recibieron a su vez formación en seguridad para evitar la propagación del virus.
También se introdujo la nueva herramienta de recopilación y administración de datos móviles de código abierto, Kobo Toolbox, que ha ayudado al gobierno a obtener datos en tiempo real, solucionar problemas de implementación y compartir la toma de decisiones con las comunidades. En los dos meses de confinamiento se llevó a cabo una campaña de comunicaciones , y los mensajes se difundieron en la radio, la televisión y Facebook para informar a las personas cómo obtener una prueba de diagnóstico rápido de la malaria.
Es probable que este tipo de desafíos resulten más comunes en el futuro, por lo que los países deben estar listos para adaptarse. Un eficaz intercambio de experiencias y conocimientos, sumando recursos adecuados y una acción decisiva, nos permitirá dar un paso adelante para terminar con la amenaza que significa la malaria para la salud pública, aunque se atraviese una crisis de salud y desarrollo.