En 2020, el Informe Mundial de Desarrollo Humano (IMDH) llegó a 30 años contribuyendo a la discusión global sobre el progreso y nos propone interpretar los cambios que están ocurriendo a nivel planetario como un “cambio de época”.
Las transformaciones que enfrentamos hoy no son hechos aislados, si no que hacen evidente la gran influencia de las actividades humanas sobre el planeta, tanto por su poblamiento como por la extracción masiva de sus recursos naturales, y esas acciones pueden llevarnos a consecuencias cada vez más negativas para la vida en la Tierra.
El informe destaca la interrelación entre las crisis sociales y ambientales, y la necesidad de entender los desafíos actuales como fenómenos complejos, donde interactúan factores ambientales y la acción de las personas. No podemos seguir atendiendo las necesidades humanas a costa de la destrucción del planeta, pero tampoco promover el progreso de algunos grupos humanos a costa de la pobreza de otros.
El IDH 2020 destaca el hecho de que la vida en sociedad se organiza en torno a valores, reglas e incentivos que se pueden adaptar a la nueva realidad y evolucionar. Actualmente parecemos atrapados por valores tradicionales como el dominio sobre los recursos y otras especies, y nuestras instituciones parecen guiadas solo por el incentivo de la ganancia, el consumo y la acumulación sin límites.
Pero están manifestándose nuevas visiones sobre el desarrollo que vienen de distintas identidades o grupos diversos dentro de los países, también impulsados por las nuevas generaciones, que poseen una nueva sensibilidad sobre el medio ambiente y el respeto por las otras especies que conviven con nosotros en el planeta. El informe reconoce también el papel que han tenido los pueblos indígenas en la conservación del ambiente a través de su estilo de vida, pero muestra también que no han recibido los frutos del desarrollo.
Las herramientas que se proponen desde el desarrollo humano tienen que ver con los valores y la visión del desarrollo mismo, lo que implica en cierta forma que los países revisen su pacto social y de gobernanza y se actualicen a los nuevos tiempos. Pero siempre existirán grupos más vanguardistas a favor de esos cambios y otros que no verán su relevancia, de ahí lo importante que son los valores comunes, pero sobre todo del acceso a la educación de calidad para que todos los sectores puedan potenciar sus capacidades para contribuir a la construcción de una sociedad más equitativa y sostenible.
El informe propone un ajuste del índice de desarrollo Humano (IDH), para reflejar el impacto ambiental de la actividad humana, contabilizando la emisión de CO2 y el consumo de recursos naturales (IDH-P). Mientras menor el valor de esta carga ambiental el IDH se mantiene con pocos cambios, pero en la medida que sube ese impacto se reduce en un porcentaje significativo, reflejando los efectos no deseados del progreso.
Con este ajuste, Panamá mejora 30 posiciones en el IDH-P, evidenciando que contamina menos que otros países, al no basar su economía en la extracción de combustibles fósiles o minerales metálicos y no metálicos, logrando conservar su biomasa en números saludables.
El IDH de Panamá en 2019 fue de 0.815, lo que sitúa al país en la categoría de desarrollo humano muy alto y en el 57º lugar de 189 países y territorios. Entre 1990 y 2019, el IDH de Panamá aumentó de 0.675 a 0.815, un incremento del 20.7%.
Su IDH actual es inferior al promedio de los países del grupo de desarrollo humano muy alto (0.898) y es superior al de los países de América Latina y el Caribe (0.766). En la Región, Panamá está a niveles de desarrollo de Costa Rica y Uruguay, cuyos IDH ocupan los lugares 62º y 55º, respectivamente.
Este índice confirma que los países con mayor nivel de crecimiento y desarrollo generan una mayor huella ambiental que los países de mediano y bajo desarrollo. Lo que nos debe llevar a repensar el ritmo de crecimiento, pero sobre todo la eficiencia en el uso de los recursos y el nivel óptimo del progreso para que sea equitativo y sostenible.
La propuesta del informe es adelantarse a los cambios para gestionar la crisis de una mejor forma, promover un mayor desarrollo humano y la expansión de las capacidades de las personas, pero poniendo atención en el balance con el ambiente y nuestra relación con otras especies. Para ello es necesario construir una idea de bien común y equidad intergeneracional que nos lleve a un crecimiento más lento pero balanceado y sustantivo, que permita reducir las desigualdades y aprovechar de forma óptima los recursos naturales.