Las epidemias y su amenazas no son nada nuevo en el mundo. En el año 2000, por ejemplo, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que tiene la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales, manifestó que estaba “profundamente preocupado por el alcance de la pandemia del VIH/SIDA en el mundo y por la gravedad de la crisis en África, en particular” y emitió, por primera vez, una resolución relacionada con un asunto de salud. Casi 11 años después, el Consejo emitió una segunda resolución. Posteriormente, en 2014, hizo lo mismo ante la crisis ocasionada por el virus del Ébola y su impacto en la seguridad y la paz de África.
Los impactos de las distintas pandemias nos llevan a preguntarnos, ¿el mundo será el mismo después de COVID-19? Realmente, espero que no. Considero que de esta experiencia en la que el mundo parece una expresión moderna del Orán en cuarentena de Albert Camus, deberíamos extraer tantas lecciones como sea posible. La ciencia, la gestión del conocimiento, la innovación, la gobernanza efectiva y la transparencia deberían estar en el centro de un esfuerzo para “recuperar mejor”.
Una de las lecciones que definitivamente deberíamos tomar para el futuro es la necesidad de fortalecer nuestra confianza en la ciencia. Las notícias falsas y también las teorías generalizadas de conspiración, impulsadas por las redes sociales, deben ser contrarrestadas con fuerza. Hoy nos enfrentamos a una situación en la que el mundo no cuenta con una vacuna para el virus que causa la COVID-19. ¿Podemos imaginar el daño si el mundo no contara con ninguna vacuna? Debemos incrementar la inversión en la ciencia, repensar estratégicamente las leyes de patentes para hacer más inclusivas las inversiones en nuevas medicinas y reforzar el intercambio de experiencias y tecnologia entre países. Gavi, la Alianza de Vacunas, es un buen ejemplo de iniciativas que podrían ser replicadas e incrementadas.
También se han dado intentos de desacreditar a la ciencia en temas relacionados con el Cambio Climático. Sin embargo, otra gran lección a retomar es que los líderes mundiales tienen que prestar mucha atención a los efectos del mismo, si queremos evitar o reducir nuevas epidemias. Las oleadas de enfermedades transmitidas a través del agua o de mosquitos, por ejemplo, están directamente relacionadas con el aumento de las temperaturas y de las precipitaciones. No olvidemos que más de 220 millones de personas se infectan con malaria (OMS, 2018) y unos 390 millones, con el virus del dengue (OMS, 2020) todos los años, una tendencia que ha ido en aumento durante la última década.
Tercero, el mundo necesita datos sólidos para respaldar políticas y decisiones basadas en evidencia. Con la velocidad a la que avanzan las epidemias, los sistemas deben estar listos y en su lugar para ser desplegados. Es necesario desarrollar observatorios, sistemas de vigilancia y de alerta, con capacidad local. El Salvador, por ejemplo, está muy expuesto a desastres naturales, como terremotos y actividad volcánica; por ello, el país cuenta con un sólido sistema de monitoreo para ese tipo de eventos. A través del Fondo de Respuesta Rápida a COVID-19, del PNUD, estamos apoyando al Ministerio de Salud en la implementación de un sistema centrado en las emergencias sanitarias.
Asimismo, se debe fortalecer la gobernanza. Las instituciones fuertes son fundamentales, y deben ser las que contribuyan a la toma de decisiones. Las crisis deben ser un impulso para fortalecer la transparencia en la comunicación y movilizar el apoyo de la comunidad.
Las emergencias son una buena oportunidad para fortalecer una participación inclusiva de todos sectores de la sociedad alrededor de las instituciones clave, y generar una ola de solidaridad. Esta es una lección aprendida de la respuesta a la epidemia del VIH, un virus que infectó a aproximadamente 75 millones de personas y provocó la muerte de más de 32 millones de personas por enfermedades relacionadas con el SIDA (ONUSIDA, 2018). Instituciones sólidas, que hablan con una sola voz, también debilitan el poder de las noticias falsas, que ha sido uno de los grandes problemas en relación a la pandemia COVID19.
Los sistemas de salud pública y el acceso universal a la salud sirven a toda la sociedad. Quienes se oponen argumentan que unas personas no deberían subsidiar la salud de otras, pero en tiempos de epidemias, las sociedades más resilientes son precisamente aquellas que pueden ofrecer acceso para todos, con calidad y rapidez. Si los gobiernos desean proteger mejor a la población en contra brotes tan mortales, necesitan invertir en sistemas de salud sólidos.
No hay un abordaje único para todos los países, pero se debe mantener un principio básico. Las epidemias no respetan fronteras y como declaró el Administrador del PNUD, Achim Steiner, “nuestras economías, nuestras sociedades, nuestras comunidades tienen que redescubrir cómo vivir con la naturaleza. Y cómo lo hagan en los próximos años determinará en gran parte si la magnitud de las pandemias, los desastres naturales, las crisis, se vuelven más y más intensas, o si podemos restablecer un grado de coexistencia con la naturaleza que realmente estabilice a nuestras comunidades, a nuestras sociedades y a nuestras economías y, por lo tanto, se convierta en una forma de repensar el futuro del desarrollo desde nuevos parámetros”. Las epidemias no son nuevas en el mundo, pero quizás la forma en que respondemos a ellas debería ser diferente esta vez.